70. EL CONOCIMIENTO ANCESTRAL HEREDADO
Cuando analizamos el Reino Vegetal y nos ponemos a investigar, descubrimos que la cultura popular está llena de información acerca del poder medicinal de las hierbas. Este saber, proviene de tiempos ancestrales, y se piensa que surgió desde el primer momento en que el ser humano sintió la necesidad de curarse así mismo.
Analizando la historia de la botánica, descubrí que el conocimiento primario se pierde en la noche de los tiempos. En primer lugar lo tenían las curanderas, brujas y chamanas antiguas, -que lo heredaron de sus madres y éstas a su vez de sus ancestros-.
Se piensa que las primeras mujeres que “se aparearon con los hijos de los dioses”, fueron las depositarias de la sabiduría. Ellas lo recibieron por parte de ésos seres que intentaron ayudarnos a evolucionar (Los Vigilantes). Al recibir el conocimiento, empezaron a usarlo para curarse así mismas y a sus hijos. Luego lo compartieron con los demás, y la información pasó de generación en generación.
En aquellos tiempos saber lo que era bueno para el cuerpo, marcaba la diferencia entre vivir o morir, sanar o enfermar. De modo que el conocimiento era la clave de la supervivencia.
Cuando nuestros antepasados evolucionaron y empezaron a relacionarse con la Tierra, descubrieron por sí mismos, el poder medicinal de las hierbas. Imitando a los animales que las comían para curarse, empezaron a recolectarlas y a incluirlas en su dieta. A base de experiencia aumentaron el conocimiento y descubrieron lo que era bueno para la salud.
Cuando las antiguas curanderas murieron, muchos de sus conocimientos se perdieron, pero parte de la información quedó viva en la cultura popular. Esta información pasó a formar parte del folclore y se mantuvo viva durante miles de años.
Nuestra cultura está llena de remedios ancestrales efectivos. Todos sabemos que el Romero es bueno para la piel y el hígado, el Tomillo calma la afonía y mata las lombrices intestinales, y la Pimienta aumenta las defensas. El conocimiento pervive en la cultura y está al alcance de todo el que lo busca.
Si analizamos la historia escrita que ha llegado hasta nosotros, comprobamos que el conocimiento, ha llegado de muy diversas fuentes. En algunos casos proviene de tribus extintas o de culturas primitivas. Y en otros de pueblos más avanzados.
Los pueblos antiguos de Mesopotamia, Egipto, India, China, Grecia, Roma, Persia, etc, fueron grandes expertos en la medicina natural. Los restos arqueológicos confirman que los sumerios usaban Ajos, Cebollas, Azafrán, Hinojo, Tomillo, Alcaravea, Cáñamo, Adormidera, Enebro, Mirra, Beleño, Mandrágora y otras hierbas en su arte.
Los egipcios usaban especias como el Cedro, Estoraque, Eneldo, Cilantro, Anís, Loto, Lechuga, Adormidera, Datilera y cientos de hierbas sanadores. Los sacerdotes de los templos eran los sabios más notables, pues guardaban el conocimiento ancestral. Usaban las plantas para preparar aceites esenciales con técnicas sofisticadas, las recogían en grandes cantidades y a veces mezclándolas con agentes de origen animal o mineral. También sabían preparar ungüentos sanadores, perfumes, lociones y sahumerios compuestos. El uso de las hierbas formaba parte de la religión oficial, pero el pueblo llano, también las usaba.
Los hindúes también hicieron grandes descubrimientos. Desarrollaron la Medicina Holística y los chinos establecieron las bases de la Acupuntura. Para los orientales, atender el Cuerpo Energético, era tan importante como el Cuerpo Físico, porque captaron que además de cuerpo, los seres humanos, éramos energía. Las especias hindúes más notables fueron el Jengibre, la Cúrcuma, la Nuez Moscada, el Benjuí o el Sándalo, que ya eran bien conocidas.
Los griegos por su parte, actuaron con su pensamiento lógicoy desarrollaron la medicina occidental. En su historia nos encontramos con Hipócrates (460 a,C-377 a,C) que basó su estudio en la Teoría de los Cuatro Humores, y fue el que empezó a desarrollar “La Teoría de las Signaturas”. Esta teoría se basa en la similitud (“Ley de Semejanza”) que tenía una planta (o agente natural) con sus propiedades curativas. De modo que si una planta se parecía a un órgano del cuerpo, ésa planta tendría algún poder sanador (o destructor) sobre ése órgano. Y así, las hojas de la Hepática servirían para tratar las enfermedades del hígado o la Pulmonaria ayudaría al pulmón -por su semejanza física-. Esta idea llegó a la Edad Media y a la Era Moderna, y a ella volveremos para desarrollarla.
También sabemos que Claudio Galeno (201 a,C-131 a,C) fue incorporando nuevos conocimientos adquiridos por sus viajes y experiencias. Este médico de Pérgamo (Asia Menor) dejó once escritos, anotando en ellos el conocimiento de las plantas. Dividió en varios grupos las materias de origen vegetal y fundó una nueva ciencia, llamada “farmacia galénica” (“ciencia de las materias medicinales y de sus preparados”). A partir de aquí, la curación se convirtió en un sistema cerrado, basado en la investigación y el conocimiento empírico[1].
Roma también tenía médicos y curanderas locales, aunque el conocimiento aumentó gracias al aporte de los griegos. Se sabe que el griego Dioscórides Anazarbeo (c, 40- 70, a, C) llegó a convertirse en el médico personal de los emperadores Calígula, Claudio y Nerón. Sus conocimientos llegaron a oídos de los soldados del Imperio, y estos lo recomendaron como médico del Emperador.
En su vida, Dioscórides recopiló más de setecientas plantas medicinales. Su obra “De Materia Médica” se convirtió en el manual principal de farmacopea, alcanzando una gran difusión en la época. La obra se tradujo a varios idiomas, llegando hasta la Edad Media y el Renacimiento. Y hoy en día todavía se utiliza como libro referente en las fuentes recomendadas por los Fitoterapeutas.
Los árabes no se quedaron atrás en la información, y también aportaron conocimiento a la medicina tradicional. Se sabe que el médico Rhazés (c, 865-925) dejó numerosos escritos médicos, químicos y físicos (como el Kilab al Mansurí). Aprendió de la filosofía griega y aportó sus propias experiencias. A él se le atribuye el descubrimiento del ácido sulfúrico, el alambique para destilar esencias, la destilación del petróleo para producir queroseno y otros destilados. Su aporte a la ciencia y a la medicina, fue enorme.
Del pueblo árabe también hay que mencionar a Avicena (980-1037), que ya era famoso a los diecisiete años en el pueblo islámico. Estuvo dedicado a la farmacia y a la enseñanza de las plantas medicinales. Sus obras más famosas son “El Libro de la Curación” y “El Canon de la Medicina”. Se sabe que se inspiró de Aristóteles, pero creo su propia filosofía añadiéndole toques religiosos islámicos.
En la Península Ibérica las curanderas nativas también usaban sus propios remedios, hasta que la influencia de los pueblos fenicios, romanos y árabes los cambiaron. Cuando llegaron los moriscos, además de conquistar el territorio, nos aportaron parte de su cultura médica. El malagueño Ibn Baithar y el médico Abu Salt, ofrecieron mucha información acerca de los medicamentos simples, y aportaron más datos a la medicina popular del momento.
A finales del siglo IX la información médica pasó a ser custodiada por los monjes en los monasterios. Carlomagno (716-814 d.C), en su decreto “De villis” (812) ordenó oficialmente que las plantas fueran cultivadas en los conventos. Esto por un lado evitaba “envenenamientos accidentales”, pero al mismo tiempo limitó el uso libre de las medicinas.
En el siglo XI surgió una escuela laica, basada en el conocimiento empírico, no influenciado por la religión. El Regimen Sanitatis Salernitacum, es un tratado de plantas medicinales, que atestigua el conocimiento de esta escuela. Este tratado empezó a liberar el conocimiento médico de la influencia religiosa. La obra expone información concerniente a las medidas higiénicas, alimentación, plantas y otros remedios naturales.
A partir del siglo XII, los conocimientos antiguos de oscurecieron y empezaron a reducirse. La influencia ideológica de la Iglesia Católica, limitó el conocimiento, hasta el punto que en la medicina oficial se dejó de lado. El miedo impuesto por la Iglesia condujo al pueblo a una época de ignorancia y enfermedad. El poder curativo de la Tierra y las plantas medicinales se cuestionó. Ahora, la medicina natural estaba bajo vigilancia. Cualquier remedio sanador que no estuviera bien visto por las autoridades, era sospechoso. Y esto retrasó las investigaciones científicas de la época.
En esta época destacó una abadesa y herborista llamada Hildegarda de Bingen (1098-1179), que escribió “Physica y Causae et curae”. Sus textos fueron muy conocidos en la cultura de la época y gracias a su condición de religiosa pudo aprender y compartir la información con los demás.
En el siglo XIII el obispo y botánico Alberto Magno (1193-1280) escribió varios libros sobre plantas medicinales. Su cargo clerical le permitió informarse, experimentar y publicar sus obras. Cuando se descubrió América en 1492, la mentalidad de Europa ya era más avanzada y esto enriqueció el conocimiento medicinal.
Conforme pasó el tiempo, llegaron autores memorables como Otto Brunfels (1488-1534), Leonhart Fuchus (1501-1566) y Hieronymus Bock (1458-1554) que publicaron libros sobre plantas con dibujos e ilustraciones.
En esta época la imprenta funcionaba a toda máquina, y a pesar del miedo, algunos investigadores dieron el paso y saltaron los límites establecidos por el gobierno y la Iglesia. Pensadores como Agripa von Netteshein (1486-1535), Johannes Trithemius (1462-1516) y Philippus Aureolus Paracelso (1493-1541) traspasaron los límites sociales y llevaron a cabo experimentos sobre lo que querían aprender.
Paracelso destacó notablemente por relacionar la farmacología con la química. Fue un experto en plantas medicinales, minerales, astrología, alquimia y magia. Utilizó por primera vez el término “quinta esencia” para explicar el poder terapéutico de las hierbas (hoy en día llamado “principio activo”). A él se debe la frase “todo es veneno, sólo la dosis marca la diferencia”.
En el siglo XVI destacó el italiano Pierre André Mattioli (1501-1577), que llegó a ser el médico personal del emperador Fernando I y más tarde de Maximiliano II. Mattioli impulsó a que las obras de Dioscórides reaparecieran, y diez años más tarde se publicaron vendiéndose más de treinta mil ejemplares. Esto hizo que la información se expandiera y llegara al pueblo.
Todos estos autores pensaban que el conocimiento era la clave para el desarrollo de la humanidad. Al principio investigaron la información de sus antepasados y consultaron sus obras, pero luego fueron experimentando por sí mismos. Conforme la historia avanzó, el conocimiento creció.
Cuando llegó la Era Moderna, los médicos y farmaceutas participaron en gran medida a que los remedios fueran cada vez más efectivos. En el siglo XVII y XVIII Robert Boyle (1627-1691) y Friedhick Hoffmamn (1660-1742) realizaron un profundo estudio sobre los aceites esenciales. Otros médicos como J.B. Caventon (1797-1877) y J. Pelletier, descubrieron la quinina, la emetina y la cafeína.
En el siglo XX el farmacognosta suizo Alexandre Wilhelm Oswald (1856-1939) escribió su Manual de Farmacognosia, y desde entonces la Fitoterapia se situó entre las ciencias reconocidas como tales. El botánico francés Gastón Bonnier (1853-1922) también aportó muchísima documentación, y sus investigaciones sobre plantas, botánica, ecología y fisiología vegetal, fueron notables.
Como puedes comprobar la historia está llena personas que dedicaron su vida entera al conocimiento vegetal. Mujeres, hombres, curanderas, religiosas, chamanes, químicos, monjes y científicos, aportaron su granito de arena, para que todos tuviéramos el conocimiento médico y lo aprovecháramos.
Tanto si piensas que todo empezó con aquellas mujeres que recibieron la ayuda de los dioses, como si fue algo natural, lo cierto es que en el Reino Vegetal encontramos ayuda.
Hoy en día, la información herbal se estudia en las universidades modernas con bases científicas empíricas. Gracias a los estudios que los investigadores realizan, cada día se descubren nuevos datos que nos aportan más información.
¿Pensabas que la ciencia, la medicina y la magia estaban reñidas?
¿En serio lo pensabas?
El mito de que los magos y brujas estamos reñidos con los médicos y científicos, es falso. Todos comenzamos en la historia buscando el conocimiento para mejorar nuestras vidas. Los científicos lo enfocaron en la parte material. Los místicos en la espiritual, y los brujos en la energética. Pero todas estas líneas se dirigen hacia un mismo fin: la búsqueda de la verdad.
Muchas enfermeras, doctores y sanitarios desarrollan su profesión combinándola con su fe. La clave está en aceptar que la verdad se encuentra repartida en todo.
Te diré, que jamás he tenido problemas en usar la informaciónpara mejorar mi vida a todos los niveles. La ciencia, la medicina, la psicología, el arte, la espiritualidad, la magia y cualquier materia que sane el cuerpo, enriquezca la mente, y despierte la conciencia son bienvenidas.
Los brujos contemporáneos no estamos cerrados a los nuevos descubrimientos. No somos hombres de las cavernas. Somos buscadores, y lejos de desechar la información la acogemos para incrementar nuestra sabiduría. Por eso estamos siempre leyendo, investigando, probando cosas nuevas y enriqueciendo nuestro conocimiento.
Hoy en día, la vía que seguimos la mayor parte de los brujos es la vía integral, que es la que combina todos los aspectos de nuestra vida. Sabiendo que lo físico, mental y espiritual son partes de la Naturaleza y de nuestro propio ser, resulta mucho más sano enfocar el estudio incluyendo todas las partes.
De la misma forma que un caldero de bruja tiene tres patas para equilibrarse, nuestra formación ha de incluir ciencia, psicología y espiritualidad. Las tres materias pueden ayudarnos a desarrollar una vida sana y feliz –fortaleciendo nuestra magia-.
Cuando observamos la Naturaleza y la vida humana, pronto descubrimos que todo es igual de importante y necesario para nuestra felicidad. Todo forma parte del Gran Espíritu, de modo que siéntete feliz de escoger el camino integral.
Sabio y Bendito Seas
El Brujo Shiva
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[1]“Plantas Medicinales de la Península Ibérica e Islas Baleares”. Juan Bautista Peris-Gerardo Stübing y Ángel Romo. Ediciones Jaguar. 2001.